viernes, 8 de noviembre de 2013

Velázquez sigue vivo

En un reciente viaje a Londres, tuve ocasión de visitar Apsley House, la casa del primer Duque de Wellington. Entre los objetos que se guardan allí hay numerosas condecoraciones militares españolas por victorias contra las tropas napoleónicas en la llamada Guerra de la Independencia, como las batallas de Arapiles o Ciudad Rodrigo. Esto recuerda la tormentosa historia europea, en la que a veces nos encontrábamos en contra de los ingleses, como refleja la actual exposición sobre Blas de Lezo, un marino de increíbles proezas, y otras con ellos. Hay que esperar que estos crueles juegos de poder nunca vuelvan a resurgir en Europa.

En la casa de Wellington se conserva una notable colección de pintura española (el catálogo está disponible en Internet). La mayor parte de estos cuadros fueron ganados por las tropas anglo-españolas en la batalla de Vitoria, cuando el impuesto José Bonaparte abandonó su botín al huir hacia Francia. Las obras fueron luego regaladas a Wellington. Entre estas pinturas, hay alguna obra destacable de Goya o Ribera. Pero me centraré en las de Velázquez y Murillo. Los maestros españoles, una vez más, destacan por su profundidad y perfección entre otras escuelas.

El aguador de Sevilla es una obra de juventud de Velázquez, donde destaca la jarra en primer plano y el estudio de luces sobre los personajes. El barro del recipiente, que lleva allí siglos, parece húmedo y recién hecho, a través de trazos de pincel que se confunden con los dedos del alfarero. La vida también renace a través de dos retratos de jóvenes desconocidos, uno de Velázquez, otro de Murillo. El primero parece un hombre de letras, calvicie precoz y perilla, que mira con cierta desesperación porque algo le corroe dentro del alma. El otro es más rotundo, un tanto desaliñado, y su rostro cuenta una historia personal repleta de experiencias.


Basta admirar un rato estas pinturas, observar cómo esas personas siguen vivas a partir de viejas telas y pigmentos, para poner en entredicho esa idea tan de moda de que la pintura ya no tiene una función de representación hoy en día debido a otras artes como la fotografía y el cine. Este es un buen argumento para hacer mala pintura (y malos filmes). Evidentemente, la pintura contemporánea es mucho más compleja y contiene más mensajes que la clásica. Ahora bien, toda es válida y toda sigue generando en nosotros sentimientos. Con el añadido de que la pintura figurativa clásica es inteligible y admirable por todos. El arte contemporáneo tiene muchas virtudes, pero la pintura clásica hace revivir el pasado y lo trae hasta nosotros.


La variedad en la pintura y en el arte es una riqueza. Aquellos que aman lo moderno y desprecian lo clásico dan a entender que todo tiene que ser abstracto, o deconstructivo, o industrial. En cambio, la pintura figurativa también tiene su lugar junto a las demás tendencias y constituye un reto artístico todavía. Puede hacerse pintura fácil y rápida. Pero una ciudad, una cara o un paisaje siguen reclamando una reproducción fiel a través de la pintura que al mismo tiempo transmita la visión del artista sobre lo representado. Esta es la exigencia que tantas obras admirables de la historia de la pintura siguen imponiendo sobre nuestra época.