La
producción cinematográfica ha crecido en todas partes al socaire de la
globalización económica. En los más diversos rincones se realizan películas, y
la coproducción se ha generalizado e internacionalizado. Esta expansión
geográfica ha coincidido con el éxito del documental como instrumento de
expresión. Las cintas documentales ya no son meros informes periodísticos sino
que añaden, en grado variable, el punto de vista, las posiciones políticas y
hasta las obsesiones del realizador, además de su capacidad artística. En
muchos casos las fronteras entre ficción y documental se han difuminado, lo que
a la hora de la verdad importa poco al espectador si la cinta aporta
intelectualmente y se ve con placer. Por ejemplo, Gandhi, una película
redonda que recibió nueve Oscars en 1982, quiso ser fiel a la biografía del
líder hindú hasta el punto de recrear en color imágenes de época tomadas en
blanco y negro. Gandhi puede ser hoy vista como un documental histórico.
Uno de los espacios más
fértiles para la creación de filmes internacionales es la frontera entre
California y México, muy cerca del que todavía es el centro neurálgico de esta
industria mundial. Allí, recientemente se ha producido la película que quizás
mejor sintetiza el nuevo cine global: Babel. El director Alejandro
González Iñárritu y el guionista Guillermo Arriaga han dado lugar a una obra
que recuerda a veces el documental, que disecciona pequeños dramas en diversos
países y que también refleja la interdependencia de nuestro mundo. El título
hace referencia al mito bíblico según el cual el orgullo humano es castigado
con la dispersión de las lenguas a partir de un lenguaje común universal
(Génesis, 11). Pero la impresión que deja el filme no es de incomprensión o
falta de comunicación entre las diferentes historias. Los problemas se
encuentran dentro de cada sociedad. La joven sordomuda japonesa sufre por el
rechazo de los suyos. Su padre, lógicamente preocupado por la niña, no hizo mal
al dar su fusil al guía durante el viaje a Marruecos. El tiroteo que enfrenta a
los míseros pastores y la policía en los riscos del Atlas se produce entre
compatriotas, y los turistas norteamericanos se pelean entre ellos sobre cómo
salir de aquel atolladero. Es cierto que el guardia de fronteras norteamericano
es cargante, pero también es verdad que la decisión de Amelia, la criada, de
viajar con los niños a México es temeraria, y la reacción de Santiago (papel
interpretado por Gael García Bernal) al querer escapar de los guardias es una
locura. Antes que la incomunicación entre culturas, lenguas o países que
sugiere el título de Babel, la película subraya que los problemas humanos son
similares en todas partes del mundo. Si la globalización añade algo es
precisamente una nueva visibilidad de esos problemas, y el hecho incontestable
de que estamos condenados a compartirlos. Curiosamente, la comedia española La
gran final, otra película global, parte de tres historias en diferentes
lugares del mundo para mostrar también que todas las civilizaciones tienen
puntos de encuentro, en este caso el fútbol.
Muchos filmes recientes
analizan nuestro mundo. Aunque no puede hacerse aquí un catálogo, a modo de
ilustración pueden citarse un puñado organizados por regiones. La realidad de
África se cuenta muy bien en las más literarias El jardinero fiel, La
intérprete o El último rey de Escocia, y también en cintas más
cercanas al documento visual como Bamako, sobre el drama de la
emigración visto desde Malí, Sisters in law, sobre la lucha de las
mujeres por sus derechos básicos en Camerún, y La pesadilla de Darwin,
un reportaje duro sobre el desastre ecológico del Lago Victoria, desagradable
de ver y discutible en su argumento pero que refleja bien el desgarramiento de
las sociedades africanas.
En el mundo árabe, la dulce El
edificio Yacoubian, la película egipcia más cara de la historia, es un
fresco maravilloso de una sociedad en transición, que fue exhibida en Egipto a
pesar de tocar temas como la corrupción política y el islamismo radical. La
coproducción argelino-francesa Bled number one de Rabah Ameur-Zaimeche
retrata de forma lírica y descarnada las tensiones de la sociedad magrebí. Esta
es una de las pocas películas que he visto, junto con Japón del mexicano
Carlos Reygadas, ante la cual los espectadores abandonaban molestos la sala de
proyecciones. El conflicto árabe-israelí ha inspirado filmes como La novia
siria, que relata en clave de boda las enormes dificultades para atravesar
una frontera, o Paradise now, sobre el problema terrible de los suicidas
palestinos, que fue candidata al Oscar de mejor película extranjera en 2005,
así como la magnífica Vete y vive (Va, vis et deviens en su título
original en francés), con la historia de un joven judío negro, perteneciente a
los Falasha, rescatado de Etiopía en los años 1980, que rehace su vida en
Israel.
Los creadores cinematográficos
en América han dado lugar a obras muy interesantes últimamente. Diarios de
motocicleta, una producción de 2003 en la que participaron Argentina,
Brasil, Chile, Estados Unidos y Perú, muestra el viaje iniciático de Ernesto
Guevara a través de los Andes, en el que descubre una llamada moral y humanista
ligada a su vocación de médico, todavía lejos de la actividad política o
guerrillera del Che. Nadie puede poner en cuestión la fuerza actual del cine
argentino, con obras como El hijo de la novia o El abrazo partido,
o la potencialidad del cine brasileño con La ciudad de Dios, que explora
la vida en las peligrosas favelas de Río de Janeiro. Pero son las dos fronteras
entre el norte y el sur americanos, Cuba y México, las que mejor alimentan la
insaciable imaginación de los artistas. La producción norteamericana Antes
de que anochezca (2000) de Julián Schnabel sobre la vida del poeta
homosexual cubano Reinaldo Arenas y su huida a Nueva York es una obra
sobrecogedora que le valió a Javier Bardem la nominación al Oscar como mejor
actor de ese año. Desde esas cotas de tragedia a la autocrítica, una
coproducción cubano-hispano-alemana dio lugar a la graciosa Guántanamera
en 1995, un filme de carretera que sirve para poner al régimen castrista (y a
todos los regímenes comunistas) en evidencia, hasta el reciente documental Balseros
de Carlos Bosch y Joseph María Domènech reconocido también con una nominación
al Oscar de 2003.
La frontera mexicana con
Estados Unidos ha propiciado trabajos llenos de energía, que demuestran la
enorme riqueza del mestizaje cultural en esa zona, así como las controversias
que produce, por ejemplo en Tráfico, 21 gramos, Los tres entierros de
Melquíades Estrada, y Babel. Una cuestión emerge entre todas las
demás: los desastres que provocan la droga y el crimen organizado. En ese mundo
transfronterizo, la descripción realista de los estragos de la criminalidad
poco tiene que ver con la imagen bastante idealizada a la que nos tenían
acostumbrados las películas de gangsters o sobre la mafia.
En Asia, tres zonas cuentan con
cines de características muy marcadas. Las historias de Bollywood y de otros
centros de producción indios sirven sobre todo para entretener, pero también
aparecen obras interesantes que, gradualmente, se ven cada vez más en el
exterior. Lagaan relata un conflicto antiguo, las relaciones con la
potencia colonial (incluida una decisiva confrontación de críquet), que no
obstante sigue presente en el imaginario indio, como en todos los imaginarios
del tercer mundo. Veer-Zaara, en cambio, cuenta los amores imposibles en
el presente entre una pakistaní y un piloto sikh indio. Los cines de India y de
su diáspora también tratan las dificultades de adaptación de las comunidades
hindúes en el extranjero. Otra área que produce un cine sorprendente es el
sudeste asiático. Hace años, y como secuela de la guerra de Vietnam, algunas
películas occidentales marcaron la toma de conciencia sobre los abusos internacionales.
Apocalypse now, El cazador, El año que vivimos peligrosamente
(1982) y The killing fields (1984, traducida, vaya usted a saber por
qué, como Los gritos del silencio) son películas memorables que pueden
verse todavía ya que no han perdido la frescura de sus respectivas denuncias.
Las dos últimas son precursoras del cine global, pues, en ambos filmes, los
periodistas de otros países son quienes descubren los excesos de la represión y
la guerra, lo que anuncia la vigilancia externa sobre el respeto de los
derechos humanos que se ha generalizado desde entonces. El cine actual del
sudeste asiático, lejos de continuar esa vena política, describe la vida
cotidiana en esa zona con gran sutileza y perfección estética, como El olor
de la papaya verde y Pleno verano de Tran Anh Hung.
El cine reciente de China puede
sintetizarse bien a través de la carrera de un maestro, Zhang Yimou, que ha
pasado desgraciadamente de lo sublime a la superproducción, al pastiche. Sus
trabajos tempranos, como Semilla de crisantemo (Ju Dou, 1990)
donde una profecía según la que un hijo iba a terminar matando a su padre se
cumple, son tragedias tan clásicas como Hamlet. Aunque nos muestran el corazón
de China, igual podrían haber ocurrido en la Grecia antigua como en la España
profunda del siglo pasado. De ahí su capacidad de comunicar con espectadores de
cualquier país. Yimou, quien siempre trabaja con la actriz Gong Li, rueda Héroe
(2002), una gran película que ensalza el patriotismo, pero luego degenera hacia
epopeyas bélicas llenas de saltos imposibles y sangre a borbotones como La
maldición de la flor dorada (2006). Frente a este proceso imparable de
transformación de un director de cine en funcionario, otros autores surgen,
como Jia Zhang Ke, cuya película El mundo (Shijie, 2004) fue
autorizada con reticencias por el gobierno chino a pesar de ser crítica con el
sistema. La historia ronda en torno a un parque de atracciones cerca de Pekín
en el que se reproducen en miniatura todos los prodigios monumentales del
planeta, de las pirámides de Egipto a Manhattan, con el trasfondo de la difícil
adaptación de la sociedad al desarrollo vertiginoso de la China actual. La
urbanización acelerada es un tema perenne, que ya comenzó en películas
realistas clásicas, como las españolas Surcos o El pisito, y se
continúa en otros escenarios como el Estambul de hoy con la muy lograda
película turca Uzak (2002).
Para terminar, baste dar un par
de ejemplos sacados del cine europeo, porque obviamente también puede viajarse
por Europa a través de la pantalla. La vida de los otros, ambientada en
el estado policial que era la Alemania del Este, es un espejo en el que podemos
mirarnos para comprobar cuánto ha cambiado nuestro continente en solo un par de
decenios. Viendo este filme, es difícil creer que en 1984, tiempo en el que
transcurre el grueso de la historia, estuviésemos tan lejos de la actualidad
del siglo XXI. Por otro lado, la atormentada existencia de los Balcanes ha sido
reflejada en obras un tanto surrealistas, porque quizás no había otra forma de
hacerlo, pero muy sugerentes, como La vida es un milagro de Emir
Kusturica. El cine ruso también genera piezas interesantes, como El italiano
(2007), que narra las peripecias de un huérfano de seis años que en vez de
aceptar la adopción de una pareja italiana huye del orfanato para recorrer
Rusia en busca de su madre.
Este repaso al cine de autor en las cuatro esquinas
del mundo se refiere en muchos casos a películas que no tienen un gran público.
Sin embargo, junto con la explosión de obras cinematográficas minoritarias que
se inspiran en la realidad internacional, hay que subrayar que el cine
comercial ha cambiado significativamente en los últimos años para prestar más
atención a inquietudes globales.
Desde luego, Hollywood ya no es lo que era. Es
evidente que algunos grandes géneros o bien se han transformado o simplemente
han desaparecido. Las películas bélicas, que dieron lugar a cintas
deslumbrantes, están ahora llenas de dudas morales: Tres reyes explica
los problemas de soldados norteamericanos que se lanzan por su cuenta a la
búsqueda de un tesoro escondido tras la primera guerra contra Saddam Hussein, Salvar
al soldado Ryan incide en el lado horrible de la guerra, y Cartas desde
Iwo Jima dirigida por Clint Eastwood contempla la guerra del Pacífico desde
el punto de vista japonés.
Pero además, en los últimos
años las listas de las candidaturas al Oscar muestran una fuerte tendencia
hacia la crítica política y las cuestiones internacionales. Las películas de
entretenimiento puro con presupuestos astronómicos siguen apareciendo en esas
listas, pero los filmes de contenido se cuelan en ellas cada vez más. Así, en
las últimas ediciones de los premios de la Academia, sorprende ver, además de
algunas mencionadas más arriba, obras como Hotel Ruanda y Diamantes
de sangre (otra vez África en su estado sangriento), Syriana (espías
e intrigas en el mundo del petróleo), El buen pastor (más espías con
problemas humanos) o María, llena eres de gracia (película
norteamericano-colombiana sobre el tráfico de droga) entre los filmes
seleccionados. Todo esto sin hablar de las categorías mejor película extranjera
y documental, que se han llenado de historias espinosas provenientes de países
remotos. Lo cual marca un claro cambio de actitud con respecto a la historia de
Hollywood, dominada por la homogeneidad de pensamiento y el
americano-centrismo.
Es la cara opuesta a los
gobiernos del Presidente Bush y su política internacional reducida a la lucha
contra un mundo exterior peligroso desde el 11 de septiembre. En Hollywood
también, como en el resto de Estados Unidos y hasta puede decirse en el mundo
occidental, la vida política se encuentra muy polarizada, pero lentamente una
visión más abierta y liberal del mundo se va abriendo paso frente a una
concepción retrógrada. Un punto de inflexión en la entrega de los Oscars lo
marcó el premio al mejor documental de 2002 que se concedió a Michael Moore por
Bowling for Columbine. La obra sirve al espectador una ensalada de ideas
poco coherente, porque mezcla la guerra de Vietnam con la intervención en
Kosovo en 1999 con la situación de la minoría afro-americana en Estados Unidos,
pero tuvo el mérito de llamar la atención de una forma insolente sobre el
problema de las armas en manos privadas y las matanzas repetidas que se producen
en ese país. Otra de las obras posteriores de Moore, Fahrenheit 9/11,
que incide contra las políticas interior y exterior de Bush de manera más
sólida, fue premiada en Cannes.
La tendencia a la apertura de
la Academia se ha continuado desde entonces porque, entre otros, se eligieron
candidatos a los Oscars los documentales Super size me (2004), sobre la
comida basura, y Jesus camp (2006) sobre los cristianos evangelistas
radicales que indoctrinan a niños menores de diez años para morir por la causa
si es preciso, y ese mismo año se entronizó con la estatuilla Una verdad
inconveniente, la película en la que Al Gore ha clamado en el mundo entero
que, de no poner soluciones rápidamente, nuestra civilización puede terminar
destruyendo el planeta.
El cine es un instrumento único
de comunicación y de expresión. Durante mucho tiempo monopolio de unos pocos,
hoy se realizan películas en cualquier parte del mundo. A las obras de ficción
se ha sumado en los últimos diez años el auge del documental. En un mundo
globalizado y con los medios técnicos de que disponemos, capturar en imágenes
realidades, sentimientos o ideas se ha convertido en una práctica universal,
como muestra el éxito meteórico de Youtube. La prensa ha adquirido también una
dimensión visual imprescindible.
Frente a estos fenómenos,
debemos plantearnos cómo reaccionar. En primer término, la falta de acceso
público a obras cinematográficas internacionales interesantes constituye un
problema que las autoridades españolas deberían tratar y resolver. Para
visionar las películas mencionadas en este artículo (o cualquier otra lista
similar que puede proponerse) uno tiene dos opciones: o bien gasta una fortuna
adquiriendo los DVD, o bien recurre a la descarga ilegal por Internet si está
disponible, y ninguna de estas opciones es satisfactoria. Del mismo modo que
existen bibliotecas públicas donde pueden leerse los clásicos universales, no
disponemos de videotecas suficientes donde consultar el cine de otros países, y
hay que tener en cuenta que los clásicos en este arte no datan de siglos sino
que se están haciendo en este momento.
En segundo lugar, la promoción
del cine distinto al puramente comercial debe continuar, pero esta promoción
debería incluir no sólo el cine europeo, sino también el de otros orígenes.
Según las cifras del Observatorio Europeo de lo Audiovisual (www.obs.coe.int), en 2006 las películas
producidas en Estados Unidos tenían todavía un 64 % de cuota de pantalla en
nuestros cines, mientras las producciones europeas llegaban al 27’6 %, frente a
un 25 % en 2005, gracias sobre todo a películas alemanas, españolas y
francesas. En España se alcanzó en 2006 la cifra récord de 150 largometrajes.
Tanto los esfuerzos oficiales, en España y en Europa, como el genio de nuestros
artistas van abriéndose paso. No obstante, la promoción del cine internacional
debería reforzarse. Una vía adecuada podría ser la coproducción, como muestra
el ejemplo de numerosos filmes recientes en el continente americano. El producir
películas multinacionales (entre europeos o entre europeos y otros países) es
quizás más difícil pero enriquece el proyecto, y eventualmente puede redundar
en su éxito comercial. Es triste ver el número de películas europeas que
triunfan en su país de origen pero son invendibles en los vecinos por el simple
hecho de que han sido realizadas pensando exclusivamente en el mercado
nacional.
Por último, en el serio
ambiente de los estudios internacionales, el cine y el documental son
percibidos todavía, desafortunadamente, como obras de creación artística o
productos periodísticos que no deben cruzarse con los análisis teóricos. Esto
es un error. Las universidades y los centros de estudios internacionales
europeos deberían mostrar más interés por el cine global. Junto a libros y
artículos, podrían asimismo ofrecer videos, películas de ficción y
documentales, que sin duda ayudan también a entender la complejidad de un mundo
en permanente evolución.