martes, 9 de octubre de 2012

La Granja

Este fin de semana hice un viaje a La Granja en Segovia – una visita más extraña de lo que hubiera deseado. A veces uno busca encontrarse con sus pensamientos, y ese jardín dormido en el hechizo parecía el lugar donde la mente puede liberarse. Desde la verja del Palacio, caminos anchos planean sobre paseos románticos entre fuentes de bronce falso y setos mimados.
            Los olores son ácidos y dorados, la vista se reposa sobre las hojas. Vagando  por el parque, una cuestión vio la luz, porque allí iluminó mi espíritu el origen de todos los desvelos: pero, ¿qué buscas en la vida? Frente a tantos reclamos, expuesto a multitud de exigencias, ¿qué es lo que realmente quieres hacer?
            De forma casi natural, apareció una revelación como el sol que se levanta: lo más necesario era amar. Sí, me dije, es preciso un amor rotundo, he de encontrar una persona perfecta que colme estos anhelos.
            Cuando, en la revuelta de una senda, me encuentro solo, la gente ha desaparecido, y una joven vestida de blanco pregunta descarada:
              Buscas a Diana cazadora?
            Sé que la fuente de Diana está al lado, galante sonrío, y digo:
             Claro, no serás tu Diana acaso?
            Ella devuelve el requiebro y responde:
            – Tu debes ser el que persigue la felicidad. Sabes que al final Diana dio muerte al cazador, verdad?
            Inmediatamente mi sonrisa quedó helada porque la visión desapareció.
Un tanto preocupado, confundido por el encuentro, seguí subiendo la ladera para volver a mi reflexión. Los inmensos cedros del Líbano y las gigantescas sequoyas junto al parterre de Andrómeda me detuvieron por un instante.
            Al contemplarlos pensé: ya está!, la lección más importante que ofrece la vida es que todo debe estar en equilibrio, y debemos guardar las raíces en la tierra. Pensé: quién fuera tronco fuerte amarrado a la verdad para mirar inamovible el transcurso del tiempo!.
            Un viejo que cruzaba dijo sin mediar otra palabra:
            – Y a qué verdad te vas a agarrar?
            Miraba irónico como un espectro.
            – Te preguntas qué buscas en la vida y te sigues engañando. Dilo en serio – me conminó.
              La fama – mentí.
              Entonces tienes que seguir subiendo hasta hallar la fuente de Pegaso.
            Aturdido, llegué hasta la fuente y vi la fama en lo alto, ese gran pájaro de cien ojos que todo lo ve y vuela sobre la ignorancia. La fuente está construida como un prodigio de ingeniería que, al funcionar, lanza el agua a cuarenta metros de altura y moja a todos los que la admiran.
            Durante un tiempo rodeé el peñasco, intentando descubrir los secretos que guarda la fama. Me devanaba inquiriendo sobre lo que debo hacer para alcanzarla. Es acaso lo que busco? Y si de verdad era ese el objetivo, qué triste es pasar de largo! Ya está!, cavilé. Esta es la razón del desasosiego! Nunca podré tener el reconocimiento que merezco.
            Un niño rubio de cabeza grande y cabellos rizados tocó mi cintura y me sacó del aturdimiento. El niño miraba con ojos de agua y labios de horizonte. Era sabio por dentro, bello por fuera.
            – Qué es para ti la fama?
            – Nada, respondí.
            – Entonces, sigue subiendo, la respuesta siempre está más allá.
            Sin saber muy bien lo que hacía, porque a esas alturas del paseo me hallaba más perdido que antes, continué la pendiente que asciende la ladera en la mañana otoñal. En ese espacio, el bosque sustituye a los jardines, y el orden se pierde. Durante un momento uno cree que está en medio de la montaña y, por eso, siente que ha vuelto a nacer.
            Al terminar el camino, por fin, se abre una planicie donde se ve el cielo, y donde duerme el lago que llaman el mar. Al fondo hay una caverna, como si los riachuelos que alimentan el lago salieran de un lugar misterioso, cuando en realidad bajan fieles el valle, como cualquier otro riachuelo en cualquier otro valle del mundo.
            El lago baña una casa amarilla que parece construida solo para hacer más armonioso el paisaje. Alrededor del estanque se levantan pilastras cuadradas de sólido granito, guías firmes que sustentan un filo de madera, el cual, como el destino, se pierde de la vista humana.
            No sé por qué, al contemplar ese mar, comprendí el sentido de mi vida. El lago va llenándose de agua de lluvia y de arrastre, lentamente, respetando las estaciones, para luego alimentar el parque y las fuentes. En días señalados, el agua del lago se abre, y riega, alimenta, enriquece, embellece, nutre y limpia todo lo que encuentra a su paso. Después, el mar pierde su nombre y espera paciente nueva agua para poder cumplir su función.
            Como ese lago es mi vida, aunque no puedo explicar por qué.



1 comentario:

  1. Porque, como decía Aristóteles, "es absolutamente imposible demostrarlo todo"; pero ¿no crees que ya es mucho tener la certeza de lo que es tu vida?.

    Besos

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