En el medio del camino de
nuestra vida
encontramos a veces una
playa perdida
donde la voluntad se
deshace y el baño es inevitable.
Bañarse siempre en playas
venturosas y largas
no en playas vulgares
llenas de gente que sueña en alcohol,
saberse uno con el mar y el
cielo, sin otras miradas.
Esta playa al sur de Oporto
es una niña terrible,
enfrente deben estar las
costas de Florida,
aquí un mar helado y gris
con los recuerdos robados,
con las olas gritando
verdades como sirenas.
La mañana era brumosa, la
fuerza del mar convocaba,
el sol no aparecía, como
esos deseos escondidos,
como las alegrías brillantes
que los años secaron.
El héroe griego, el nuevo
Ulises en traje de baño, se dirige al agua
para luchar con la vida, cuando
los socorristas
advierten el peligro de
lejos, y sacan
bandera roja para zanjar la
épica.
Pero la poesía puede más,
es hábil como las batientes del mar,
vuelve y promete bracear
allí mismo donde rompe la espuma,
y los vigilantes aceptan si
uno está cerca y sabe nadar.
El empuje de las aguas es
formidable, el mundo se hace más lento,
las olas toman el cuerpo y
lo transforman, no animal no pez,
no estrella de mar ni
anfibio, alga verde que se mece en movimiento.
El mar es viento y yo soy
brizna, los huesos no existen, no respiro,
una túnica empapada
envuelve mi cuerpo y lo lleva muy lejos.
Mar fría, salada, olas,
todo es olvido, de la injusta mujer que destrozó mi vida,
de la envidia, los falsos
amigos, los dementes, los que adoran el dinero
como el único Dios.
Mientras, el Dios verdadero y su Creación
me poseyeron en esa playa
niña, y llenaron un año más mi corazón.
Poema escrito en Aveiro (Portugal), agosto 2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario