lunes, 12 de noviembre de 2018

Las playas de Aveiro


En el medio del camino de nuestra vida
encontramos a veces una playa perdida
donde la voluntad se deshace y el baño es inevitable.
Bañarse siempre en playas venturosas y largas
no en playas vulgares llenas de gente que sueña en alcohol,
saberse uno con el mar y el cielo, sin otras miradas.

Esta playa al sur de Oporto es una niña terrible,
enfrente deben estar las costas de Florida,
aquí un mar helado y gris con los recuerdos robados,
con las olas gritando verdades como sirenas.
La mañana era brumosa, la fuerza del mar convocaba,
el sol no aparecía, como esos deseos escondidos,
como las alegrías brillantes que los años secaron.

El héroe griego, el nuevo Ulises en traje de baño, se dirige al agua
para luchar con la vida, cuando los socorristas
advierten el peligro de lejos, y sacan
bandera roja para zanjar la épica.
Pero la poesía puede más, es hábil como las batientes del mar,
vuelve y promete bracear allí mismo donde rompe la espuma,
y los vigilantes aceptan si uno está cerca y sabe nadar.

El empuje de las aguas es formidable, el mundo se hace más lento,
las olas toman el cuerpo y lo transforman, no animal no pez,
no estrella de mar ni anfibio, alga verde que se mece en movimiento.
El mar es viento y yo soy brizna, los huesos no existen, no respiro,
una túnica empapada envuelve mi cuerpo y lo lleva muy lejos.
Mar fría, salada, olas, todo es olvido, de la injusta mujer que destrozó mi vida,
de la envidia, los falsos amigos, los dementes, los que adoran el dinero
como el único Dios. Mientras, el Dios verdadero y su Creación
me poseyeron en esa playa niña, y llenaron un año más mi corazón.

                             Poema escrito en Aveiro (Portugal), agosto 2018.

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