sábado, 31 de marzo de 2012

Rusia en el Prado



La exposición El Hermitage en el Prado, que tenemos en Madrid hasta comienzos de abril, es un maravilloso compendio de historia del arte. El Museo del Hermitage decidió enviar al Prado una selección de primera categoría, que abarca desde joyas arqueológicas de gran valor hasta pintores impresionistas y del siglo XX, pasando por clásicos centrales europeos como Rembrandt o Caravaggio. Con esta colección tan concentrada y de tanta calidad, la visita se convierte en un arrebato constante, y los ojos salen rebosando belleza. En Madrid hemos admirado esta estrella fugaz, llena de público cada día, que durante unos meses se ha sumado al firmamento de nuestro bien consolidado paseo del arte. (A propósito, en ese espacio acaba de aparecer la Gioconda de Madrid, sobre la que hablaremos otro día).

La muestra del Hermitage dice tanto sobre la historia de Rusia como sobre la historia del arte. Los sucesivos zares, Pedro I, Catalina II o Nicolás I, fueron enriqueciendo la colección estatal rusa, con obras provenientes de los más diversos orígenes. Oro de los griegos, joyas de los nómadas de Asia Central, espadas de India, objetos del antiguo Irán, pinturas clásicas de Europa, Rusia actuaba como polo de atracción para el arte y la cultura, mezclando todo esa aportación con la creatividad propia. En este sentido, durante siglos, Rusia se comportó como los demás grandes imperios europeos, con la particularidad de que, a diferencia de estos, cuyas colonias se situaban en otros continentes, Rusia tenía su espacio de proyección a través de la masa terrestre euroasiática.

Esta reflexión es importante, porque nos habla del momento actual de Rusia. Mientras los antiguos imperios europeos han tenido que adaptarse a un mundo global, y han compartido poder en los marcos institucionales euroatlánticos, Rusia sigue teniendo un estátus territorial que le hace más difícil definir su papel en el mundo. Las riquezas naturales que posee le dan una gran seguridad en sí misma, pero los problemas estructurales (población, infraestructura, estado de derecho) también están presentes, por lo que el proceso de adaptación debe continuar. Hay que esperar que la nueva etapa política le ayude a introducir las reformas necesarias para consolidarse como potencia moderna.

Los románticos alemanes hablaron de Volksgeist como el espíritu de un pueblo. Es obvio que Rusia tiene un espíritu propio muy intenso, y una gran capacidad de creación. Pero ese espíritu no es inmutable sino que debe adaptarse a los tiempos. Entre otras potencias culturales, España también tiene un espíritu muy marcado, renovado por la historia reciente. La clave es saber proyectar el espíritu de cada pueblo hacia el futuro, y saber reinterpretarlo en un mundo interconectado y en constante evolución.

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