sábado, 5 de marzo de 2011

Al Oeste de mi







Esta es la memoria de un viaje a principios de diciembre de 2010:



Pasa dos, tres, cuatro cruces de autovias,
planea un puente sobre el vacio,
abandona el aliento salado de la ciudad
viajando con tu cuerpo hacia el Oeste.
Luego hay que descansar un rato,
aparca al margen aunque está prohibido,
respira de otra forma (ya aparecen pinos y encinas),
preparate para enfilar hacia el pasado
y mira desde arriba y de lado tu pequeña vida.
Cruza el pueblo que bordea el Manzanares,
cierra los ojos mientras conduces, no interesa,
atraviesa el hondo y remonta el camino de tu soledad.
La Ermita de El Pardo es breve, cuadrada y fria,
una carretera gris yace a la puerta.
El interior se pasea como una fabrica insensible y seca,
no hay nada que mirar, cuando …
una extraña urna sorprende el vacio.
Las piedras no la sustentan, la urna vuela con sus alas de cristal,
voluptuosa, una orquidea negra se adivina dentro embalsamada
y no se sabe bien si vive y respira o si duerme y mira.
Me acerco y le observo.
No respira, está entregado a su alma y al misterio.
El Cristo de El Pardo está muriendo, sigue muriendo,
lleva siglos muriendo y, aún asi, sigue muriendo a cada instante,
sin abandonar del todo la vida,
y para que nosotros lo comprendamos, sigue muriendo más.
Los ojos abiertos, amarga almohada, el vientre hundido,
la mano crispada, las sabanas se agitan.
No es sufrimiento, ni dolor, no es la guerra ni la sangre,
no es miseria o ignorancia, ni su pena, es la ausencia simple y llana,
tan terrible para nosotros, muertos conscientes,
muerte, falta de todo, nada.
Al Oeste de mi he hallado de cara la muerte,
que la ciudad niega o relega al hospital,
y el sabor repleto de la vida estalla en mis labios.
Paseo perdido sobre el gelido diciembre
con un frio interior que serena
y el cementerio de El Pardo me viene a hablar.
Escalonado, goza una vista suave
sobre olas de colinas verdoscuro, ramas entrelazan con nubes, mareas,
y al fondo velas enhiestas o el faro de Madrid.
Al niño E.F. Lezcano, julio 1946 – octubre 1949, sus padres desconsolados,
A nuestro angel querido, la familia …, La niña M.V. dejó este mundo …,
muchos pequeños cuerpos se unen a la tierra aqui.
La sonrisa interrumpida, la muchacha muerta de Aleixandre,
el primitivo deseo de hacer carne de su carne, las encías humedas de un bebé,
todo se ha perdido y disipado.
Volvi a la ciudad ordenadamente
olvidando, como debe ser, la muerte y el silencio.
Pero algo me falta, una poesia quedo en ciernes, siempre naciendo alli.

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